Un joven arquero que había ganado muchos torneos se atrevió a retar a un maestro Zen que era famoso por su destreza con el arco. El joven mostró una gran técnica cuando acertó en el centro del blanco en su primer tiro. Su segundo tiro fue igual de perfecto y le dijo al anciano:
- ¡Ahí tiene! ¿Puede hacer lo mismo?
El maestro no se inmutó y no cogió su arco. Le hizo una señal para que lo siguiera a la montaña.
El joven se preguntó qué quería el viejo y lo acompañó hasta que llegaron a un abismo profundo cruzado por un tronco débil y tambaleante.
El viejo maestro caminó con calma hasta el centro del puente frágil y peligroso, eligió un árbol lejano como blanco, sacó su arco y disparó un tiro certero y directo.
- Ahora le toca a usted, – le dijo mientras volvía con elegancia a tierra firme.
El joven miró con horror el vacío sin fondo y no pudo obligarse a caminar sobre el tronco, mucho menos disparar al blanco.
- Usted tiene mucha habilidad con su arco, – dijo el maestro, viendo el apuro de su retador – pero tiene poca habilidad con su mente, que le hace fallar el tiro.
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El joven campeón se sintió profundamente desconcertado y humillado por la respuesta del maestro. Había subestimado la importancia de la calma mental y la concentración en su búsqueda de perfección técnica. Reconoció que su habilidad física no era suficiente para convertirse en un verdadero maestro en su disciplina.
El maestro continuó explicando su lección:
La precisión técnica es sin duda importante, pero la verdadera maestría implica no solo dominar las habilidades físicas, sino también controlar la mente y las emociones. Cuando te enfrentas a un desafío, como cruzar un abismo o mantener la compostura bajo presión, es la calma interior y la concentración las que te permitirán triunfar. Tu mente debe ser tan afilada como tu puntería.
El joven, avergonzado pero también inspirado por la sabiduría del maestro, decidió humildemente aceptar la lección y trabajar en su desarrollo personal. Comenzó a practicar la meditación y técnicas de control mental, aprendiendo a encontrar la paz interior y la claridad mental incluso en situaciones estresantes.
Con el tiempo, el joven campeón no solo mejoró sus habilidades técnicas, sino que también desarrolló una fortaleza mental impresionante. Se convirtió en un verdadero maestro del tiro con arco, capaz de mantener la concentración y la calma en cualquier circunstancia. Y a medida que avanzaba en su entrenamiento, también compartía la valiosa lección que había aprendido del maestro, inspirando a otros a buscar la maestría no solo en la habilidad física, sino también en la mente y el espíritu.
La habilidad con el arco no es suficiente para ser un buen arquero. También se necesita la habilidad con la mente, es decir, la capacidad de estar atento, tranquilo y enfocado en el momento presente. El joven arquero tenía mucha técnica, pero se dejaba llevar por el orgullo y el miedo. El maestro tenía ambas habilidades, la técnica y la mente, y por eso podía disparar con precisión en cualquier situación.
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