El aprendiz y la mariposa

Hoy te invito a sumergirte en una metáfora sobre la vida. Es una historia que te despertará curiosidad si lees más allá de las palabras.

«Cierto día de invierno y como cada mañana, en el pueblo de Presente Sano, un joven aprendiz practicante de Mindfulness se despertó con la determinación de vivir el presente en su máxima expresión y se levantó para dar un paseo por el sendero que el Universo le había trazado para ese día. Los astros estaban alineados y el cerebro-corazón estaba a pleno rendimiento. El aprendiz, no esperaba nada más que vivir el presente; disfrutarlo, gozarlo, amarlo, sentirlo y quererlo tal y como se presentara. Quería y estaba dispuesto a hacerlo. Quería vivir el aquí y el ahora. 

El aprendiz comenzó a caminar por un pequeño paraje de la naturaleza con mucho encanto cercano a su localidad. Caminaba tranquila y serenamente sin más, cuando de repente, se encontró un pequeño pueblecito, abrazado por las colinas y arropado por la serenidad de un embalse donde las truchas vivían en paz. Sin saber por qué, sus instintos comenzaron a advertirle de que algo estaba sucediendo. Sus sentidos comenzaron a percibir las diferentes fragancias y olores, alegrías y tristezas, controversias y hasta sentimientos encontrados que allí se respiraban. Era un momento mágico. Algo estaba a punto de suceder.

Entre los verdes cáñamos y dulces vergeles que rodeaban el embalse, el aprendiz, vislumbró un camino que le despertó sensaciones ya olvidadas. De entre todo lo que se encontraba mientras disfrutaba del paseo, ese camino le resonó de una manera especial. Con curiosidad, decidió cogerlo y seguirlo para ver qué le deparaba y qué podía encontrarse. El camino podía haberle llevado a un lugar sin salida y habría tenido que dar media vuelta y volver a reconducir su andadura. ¡Qué podía perder!  Así, que el aprendiz escuchó a su corazón y prosiguió caminando. El Universo había puesto un reto al aprendiz del que no era consciente y que su corazón no le permitía rechazar. Y, el Universo lo sabía. 

Caminaba despacito, muy despacito por esos verdes y floridos parajes, cuando de repente, en la distancia, el aprendiz fijó su vista en la cantidad de flores que rodeaba la orilla del embalse. Allí encontró un lugar cautivador, sereno, hermoso y muy acogedor donde no había ruidos, sino todo lo contrario. Había paz. Era un lugar donde ser consciente de uno mismo era fácil y sencillo, donde no había que llevar maquillaje, ni caretas, ni disfraces para ser un personaje que no le correspondía.

Pasaba del mediodía, cuando en un momento dado, el aprendiz encontró de manera casual una hermosa mariposa, que atrajo su atención con sus alas multicolores danzando en el aire. Intrigado por la gracia y la serenidad de la mariposa, el aprendiz decidió seguirla, dejándose llevar por su vuelo ligero y elegante.

Decidido y confiado, el aprendiz se acercó a ella muy despacito y con mucha calma para verla más de cerca. La curiosidad le invadía. La mariposa mientras revoloteaba alrededor del aprendiz, lo llevó a través de prados floridos y bosques frondosos, guiándolo hacia un claro en el bosque donde los rayos del sol se filtraban entre las ramas, creando un ambiente mágico y tranquilo.

Allí, la mariposa se posó suavemente sobre una flor, como si invitara al aprendiz a unirse a ella en un momento de serenidad y contemplación. Con el corazón lleno de asombro y gratitud, el aprendiz se sentó junto a la mariposa, cerrando los ojos y respirando profundamente el aire fresco y perfumado del bosque. Poco a poco, el aprendiz comenzó a hablar a la mariposa, y curiosamente la mariposa le entendía. Hablaban el mismo lenguaje. Se produjo una simbiosis especial en la que la comunicación comenzó a fluir de una manera espontánea y sincera.

En ese instante, se sintió completamente presente, consciente de cada detalle a su alrededor: el suave murmullo del agua, el canto de los pájaros en los árboles y la suave caricia del viento en su piel. El tiempo parecía detenerse.  Las palabras no eran necesarias y el silencio hablaba por sí mismo.

Había sentimientos muy bonitos entre ambos que recorrían todas las células de sus cuerpos. Había sintonía entre las almas de ambos seres vivos. Sus mentes desplegaban todo su potencial. Se había producido una fusión envidiable entre el alma, el cuerpo y la mente de los dos. El aprendiz había encontrado un tesoro que no estaba dispuesto a dejar escapar, gracias a su consciencia de querer vivir el presente, olvidando el pasado y no preocupándole el futuro.

Y, desde entonces, el poder del presente invade con amor diariamente la vida del aprendiz. No deja de disfrutar de lo que hace, de lo que siente, de lo que enseña. Unas veces de manera más intensa que otras, pero siempre con la misma ilusión”. 

Y ahora te hago una simple pregunta a ti que me lees: ¿te has parado a reflexionar sobre lo que esta historia quiere decirte? ¿Te sientes identificado con alguna situación similar?  

Si has estado leyendo atentamente esta historia, y te has alejado, aunque sea por un instante de tus preocupaciones del pasado o tus expectativas del futuro, me daré por satisfecho porque habré conseguido transmitirte lo que quería decirte.

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